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Esas mujeres que esperan

En la primera planta de un hospital de mi ciudad que mira al mar, hay un rinconcito más bien pequeño lleno de sillones, de sillas, de plantas, de cuadros y flores. En el lado que no hay sillas, un mural pintado bastante grande recubre toda la pared en donde está plasmado un paisaje de naturaleza. En él se pueden ver unas grandes montañas por donde baja una catarata que termina en un pequeño río rodeado de árboles, hierba verde y en lo alto un cielo pintado de múltiples tonos azules.

La primera vez que lo ves parece que se puede escuchar el sonido de esa catarata cayendo a gran velocidad entre las inmensas montañas y piensas “Qué agradable, qué paz transmite” pero después si lo miras durante un rato fijamente,  llega a recorrerte una sensación de frío por la espalda y deja ya de ser tan agradable.

En esa pequeña salita, que a simple vista puede parecer tan acogedora, calentita, con mucha luz, cada mañana desde bien temprano se comienza a llenar de mujeres. Mujeres que nunca pensaron estar allí antes, mujeres a las que les cambiará la vida desde ese mismo momento.

Las hay de todas las edades: abuelas, chicas de 50, jovenzuelas de treinta,.. La mayoría acompañadas de otras mujeres: de sus nietas, de sus hijas, de alguna amiga… pero también las hay que esperan solas, supongo que decidieron no ir acompañadas o puede que incluso lo que allí pase sea un secreto todavía.

Mientras se espera, nerviosas se miran tímidamente entre ellas, si coinciden las miradas, abren un pelín más sus ojos, sueltan una pequeña mueca de complicidad, con un gesto mínimo de inclinar hacia a un lado la cabeza a modo de: “Aquí estamos”.

Todas ahí en el mismo lugar, mirando en la misma dirección, para aquel río y esas montañas y un poco más arriba en medio de aquel cielo de azules, una pequeña pantalla que pita e indica cuando tienen que dejar esa sala y entrar en un pequeño despacho.

Cargadas con el abrigo, paraguas, bolso, carpetas con papeles, van entrando al tocar su número. Las que aguardan aún su turno no saben lo que pasa al otro lado, dentro hay una persona que su trabajo es dar buenas o malas noticias a esas mujeres. Sea lo que sea, cuando vuelven a salir de nuevo, ya no serán las mismas que cuando abrieron la puerta.

Las que esperan sentadas las miran, ven sus caras, ninguna sale indiferente, las hay que suspiran y se abrazan felices, las hay que se abrazan y lloran, las hay que salen hacia la calle nerviosas rebuscando en el bolso,…

Ese día, ahí en esa sala, para esas mujeres que esperan empieza o termina algo.

Termina (de momento) un susto muy grande que no olvidarán, o empieza un desconocido, largo y duro camino de superación.

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Fotografía de la exposición «MAMA MÍA! Otra mirada al cáncer de mama» de Alex F. Romero (exposición itinerante situada frente la Unidad de Mama, Hospital Abente y Lago. A Coruña)

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Esa mujer

Tengo miedo a ser esa mujer de la que siempre huí, esa mujer que necesita de otra persona para sentirse siempre acompañada, completa, feliz. Esa mujer débil, dependiente, de la que siempre hablamos en cursos y jornadas de violencia de género, esa amiga a la que advertimos cuando comienza a desaparecer mimetizada con su compañero. Esa mujer que piensa en la felicidad de su pareja siempre antes que en ella misma, llegando a olvidar las cosas que a ella le gustan o que quiere.

Pensé que yo no era así, presumía no serlo. Me sentía totalmente independiente dentro de la pareja, una mujer fuerte que hace lo que quiere y cuando lo quiere, sin necesitar el amor de nadie para reír. Ahora que soy solo yo, no paro de pensar que igual estaba muy equivocada, que las cosas no eran así, que realmente si que era como esas mujeres que necesitan tener a su lado a alguien a quien cuidar, a quien amar, con quien compartirlo todo y tengo mucho miedo de enfrentarme a esa realidad, miedo a no saber SER.

Soy hija, soy hermana, soy amiga y compañera de trabajo, pero una horrible sensación hace que me sienta que me falta una parte, un trocito para poder seguir adelante. Un sentimiento de persona vacía me invade. Me miro y no me reconozco, sentir los pensamientos tan negativos, cómo me estoy tratando, cómo estoy tratando a la gente que está a mi lado…

Odio ese sentimiento, me obligo cada día a no sentirlo, cada mañana hago un gran esfuerzo para comenzar de manera positiva, tengo toda la intención para que así sea, pero pronto me derrumbo, en silencio. Intentar estar feliz hacia el mundo, es realmente agotador.

En mi mesilla, libros de autoayuda con las páginas marcadas, textos subrayados y llenos de citas escritas a lápiz por los márgenes. La puerta de mi casa, se ha convertido en un panel en donde voy pegando frases, pequeños textos pintados de colores que releo antes de salir de mi mini mundo.

Es tanto el miedo que tengo a ser esa mujer, que no me doy cuenta que ya lo estoy siendo.

MI FELICIDAD no puedo dejar que dependa de quien esté o no a mi lado.

Deberíamos sentirnos felices, completas y enteras por todo lo que somos, con todas nuestras cosas buenas que serán muchas y nuestras cosas malas que serán otras tantas.

Aprender a querernos de nuevo cada día más, autoaceptarnos como ser único e individual, debería ser fácil, algo simple pero nos han enseñado desde que nacemos a buscar la felicidad fuera de nosotras mismas, nos han enseñado a cuidar a otros, a querer al resto y a buscar a alguien a quien amar y si eso no sucede parece que estamos perdidas…¿y qué pasa con nosotras?…

QUÉ FÁCIL ES SABERSE LA TEORÍA.

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                                          Ilustración Miss Cuchiflita

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No puedo con ello, oye.

Una de las muchas cosas que trae la edad, es que te hace ser algo más exquisita, más pesadita quizá, cada vez me doy cuenta de algunas de esas cosas que me ponen especialmente nerviosa, que me desagradan.

No puedo con las personas que:

  • Saludan con apretón de manos, pero dejan la mano flojito, la relajan y parece que estás apretando un montón de salchichas flácidas y escurridizas.Grima!!
  • Dan los besos lentos a cada lado y casi en las comisuras de los labios. Arrrrggggggggg. ¿De qué van?
  • Te tocan el pelo mientras le hablas, ¿Por qué? Si estoy un rato más hablando con esa persona, se me quedará un bucle perfecto a cada lado del flequillo.
  • Dicen “cari” o “corazón” (sin estar en el Bershka) y solo te vieron dos veces en su vida.
  • Esperan en los pasos de cebra y cuando paras empiezan a bracear dándote paso para que arranques, pues no van a cruzar. Algunas veces me cabrean tanto que abro la ventanilla y les grito “No, ahora cruza!!”.
  • Se van acercando a tu cara mientras te hablan, más y más mientras tú te vas alejando, podéis recorrer así toda una habitación, ahora que cuando toques pared, estás perdida.
  • Escupen en la calle. Y las que antes aún peor, comienzan a producir un sonido nasal de lo más profundo para dar lugar a ese esgarro bien grande.
  • Estando con sus hijas e hijos les dicen, señalándome: “te va a reñir la chica si no te comes el plátano”. Yo se lo niego con la cabeza cuando no me ven los adultos.
  • Cuando cuentas una historia (que tú crees insuperable, graciosa y genial) siempre salen con otra que intenta superarla, rollo: pues yo eso, y más.
  • Chupetean todas las pipas a lo hámster antes de comerlas y luego las echan en el mismo recipiente que tú y las tienes que rozar cuando echas las tuyas sequitas.
  • Hacen ruido exagerado masticando al comer, incluso sueltan un mmmmmm en cada nuevo bocado.
  • Se meten un Ferrero todo junto en la boca!! Hay que disfrutarlo! Capita a capita!!
  • Chupetean el dedo exageradamente antes de pasar la página del periódico.
  • Tienen una de las uñas de la manos largas y no, no son guitarristas.
  • No te dicen que tienes algo en los dientes o en la cara cuando lleváis toda la tarde juntas.
  • Acaparan tu espacio. Teniendo todo el sitio libre del mundo (bus vacío, un arenal inmenso,..) se vienen a sentar a tu lado.
  • Prueban de tu plato sin preguntar antes, pillan ya de tenedor o de cuchara y se abalanzan.
  • Caminan por las aceras estrechas de ganchete y de cuatro en cuatro, sin dejarte opción de adelantar.

Y así, podría estar citando un buen rato más. Como se puede ver, soy un poco tiquismiquis, pero seguro que algunos de estos comportamientos también os ponen nerviosas y nerviosos, e incluso seremos nosotras quienes pongamos nerviosas a otras personas con nuestros comportamientos y manías. Yo sin ir más lejos, dejos pañuelos de papel con mocos por todos los sitios por donde estoy, NO LO PUEDO EVITAR 🙂

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Una

Nunca he vivido sola, siempre viví con mi familia en donde nunca fuimos menos de 5. Al principio había un solo baño, había que turnarse para ir a él, una bolla grande de pan se acababa al final del día, había grandes potas siempre al fuego, una tina de patatas para pelar, un gran frutero lleno de fruta,…Después compartí piso siempre, con buenas y malas experiencias, desde hacer la compra conjunta y ser todo de todas, a casi tener que poner nombre a cada yogur o con rotulador a cada huevo, pero sola nunca había vivido, no tanto por no podérmelo permitir económicamente si no porque prefería vivir acompañada. Llegar a casa y comentar qué tal el día, levantarte y que ya huela a café, decir un “buenos días” y que responda alguien,… Claro, eso si la persona o personas con las que vives tienen el mismo concepto de convivencia que tú, por eso ante la duda y la pereza enorme que me daba vivir eso si no se cumplía, opté por sacarme de algún que otro capricho y vivir cómoda. Ahora mismo tengo la suerte de poder hacerlo y solo pensar en estar regañando a un desconocido por comer mis yogures, no bajar la basura o no limpiar el baño esta semana…pues como que ahora mismo no me veo con fuerzas.

En esta nueva etapa desconocida, hay cosas que hasta ahora no me había planteado, lo grande que son las bandejas de filetes de pollo, lo enorme que es una lechuga, lo que puede durar un cartón de leche en la nevera,…y otros pequeños detalles que ya me pasaron. Como el día que no bajas de casa en toda la mañana y te das cuenta que no hablaste con nadie hasta llegar al trabajo o si vas al súper y tus primeras palabras del día son: “no, no quiero bolsa, gracias”. También ese momento en el que te vas quedando dormida acurrucada en el sofá viendo cualquier porquería en la tele…por una parte te da pereza irte a la cama pero tampoco quieres dormir toda la noche en el sofá, y cómo no hay nadie que te despierte, corres el riesgo de amanecer con el cuello tieso cual tortuga. Para eso aprendí un truco de una buena amiga, y es poner el despertador a una hora a la que como muy tarde quieras estar ya en cama, también valdría el tener voluntad para irte por ti misma a una hora decente.

Me sucedieron ya anécdotas peculiares como la de hace un par de días: Me levanto, me ducho, me visto, echo crema en la cara, voy a yoga, paro al volver de camino a comprar fruta y cuando llego a casa, abro la puerta y me veo de refilón ¡¡Con un pegote de crema blanca nuclear sin extender en medio de la frente!! Qué pasa!! ¿Nadie me pudo avisar?. Me dio entre risa y llorera boba.

Si hay una sensación nueva con la que amanezco desde hace semanas, es que pasó algo muy importante en el mundo y yo no me enteré, ya me diréis qué tontería porque entre los múltiples grupos de whatsaap, el facebook…alguien comentaría algo sobre lo ocurrido, pero…esa sensación viene ahora conmigo cada mañana.

Hasta aquí tampoco es un drama la convivencia con una misma pero si hay algo que me fastidia es el tema de la comida rica a domicilio y esos puñeteros pedidos mínimos. Poder puedes pedir, pero estarías comiendo durante un par de días o congelando tuppers por eso cuando alguien viene a cenar y pregunta eso de “¿Hacemos cena o pedimos algo?” se me abren los ojos cual loca y grito emocionada: “chino, chino!!”.

Pero en todo hay lado positivo, como no tienes con quien charlar, empiezas a leer más, a ver más series,…comienzas a no exigirte, si quieres no fregar un día, no lo haces, dejas la ropa tirada por el medio del baño,..no molestas a nadie o como bien canta Ismael Serrano: “no encontrar en el baño más pelos que los míos”, esa parte también es buena, y la de no confundirse el cepillo de dientes, siempre me dio mucha grima.

En fin, supongo que como todas las nuevas experiencias desconocidas y los cambios, dan miedo al principio y podría enumerar un montón de cosas que echo de menos de vivir con alguien, aún así lo mejor es tomarlo como un reto y cada día ir pasando una mini etapa.

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fotografía Barriguitas Despeinada

 

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…todo lo cura

Hace domingos que no hay otras cositas, hoy me siento de nuevo después de un tiempo de pensar, de asimilar, un tiempo de cambios bruscos (con lo que a mi me gustan). Más cansada, con menos ánimos, con la sonrisa más pequeña y con un dolor muy grande en el pecho que hasta ahora no había conocido: el de un corazón roto.

Como supongo que este dolor va a tardar en pasar, he decidido hacer lo único que está de mi mano: seguir.

Dicen que una no sabe lo fuerte que es hasta que le toca serlo, y lo que me quedará por ser…

No voy a escribir malas palabras, ni meterme en detalles que no le importan a nadie, pero tampoco quería volver a este rincón tan mío, tan íntimo como si no pasara nada y abrir una nueva entrada cómica, de anécdotas porque ya no soy la misma persona porque otra cosita que pasa a los 30…es que a veces, se te rompe el corazón, no es la muerte de nadie, lo se, pero duele.

“¿Cómo estás?” La pregunta que más estoy escuchando estos meses, a eso le siguen frases del tipo “el tiempo todo lo cura”, “tienes que mantenerte ocupada”, “no estés en casa”, “llora todo lo que quieras”…y más y más frases que carecen de sentido para mi en esos momentos en los que solo quiero meterte en cama y que pasen los días sin moverme. Después de la fase de shock de la que sobreviví gracias a dejarme arrastrar cual alma en pena por mi gente que me fue pautando qué hacer en cada momento del día, cosas básicas como hacer la mudanza, buscar un sitio donde vivir,… cuando todo eso pasa, ahora ya ubicada en mi nueva vida empieza lo más complicado: empezar a vivirla.

Decenas de consejos me retumban en la cabeza, supongo que nadie tiene una clave para superar esto, pero todos coinciden en algo “dejar pasar el tiempo, que todo lo cura”.

El tiempo lo hacen los días, uno, luego otro y otro…y ya pasó una semana, y otra, y otra,…y un mes, y otro…eso es pasar el tiempo, qué fácil parece.

En medio de esos días los hay buenos en donde estás sorprendentemente animada, haces cosas desde primera hora del día hasta que llegas de noche y te duermes de cansancio, sin pensar y después hay días peores incluso muy malos en donde vuelven las lágrimas y piensas que no vas a superar jamás esto, de todos ellos estoy aprendiendo.

¿Que cómo estoy? Cansada, muy cansada, siento que me arrancaron un trozo de alma o algo así y no dejo de visualizar una de las películas de Indiana Jones en el que un brujo con cuernos arranca el corazón a un tipo mientras suenan unos cánticos que mucho miedo de daban de pequeña, pero de amor no se muere eso mucho me lo dicen también, supongo que lo que estoy es en pleno periodo de duelo, muy necesario de vivir, de sentir sin buscar atajos.

En eso estoy, aunque día a día en todo mi entorno no seas capaz de encontrar ningún rincón, elemento,.. que no me recuerde lo compartido, saber que la otra persona a la que quieres no quiere compartir contigo ya su vida, te hace ver que tú no puedes hacer ya nada por cambiarlo, y por lo tanto solo te queda respetarlo, seguir y dejar pasar el tiempo, que dicen… todo lo cura.

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                                      Ilustración obtenida de las redes sociales

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La máscara de la risa

Leía el otro día un artículo por el facebook (no se exactamente en que página) sobre lo acostumbrados que estamos a ocultar estar mal, lo mal visto que está socialmente cuando estamos tristes, mostrarlo. Cuando estamos bajos de ánimos y no queremos estar con nadie o cambiamos nuestra dinámica de día, parece que tenemos que escondernos y disimular, dejar que pase para volver a mostrarnos ante la sociedad en donde solo quieren gente alegre.

No somos robots, no funcionamos con un chip que nos permite ser fríos y sin sentimientos, con el ritmo de vida de ahora casi es algo que se exige, ser productivo en tu trabajo, sin dudar,..y ante todo siempre con una risa en la cara.

Está mal visto el llorar, ¿acaso es símbolo de menos valentía? ¿Es más fuerte aquella persona que llora en el baño, la que se esconde o la que ni logra llorar? No lo creo, yo soy mucho de llorar tanto de alegría como de tristeza, me emociono fácilmente ante una noticia, un gesto,.. Antes intentaba que no se notara, apretaba los labios con fuerza hasta que sentía un dolor muy fuerte en la garganta, intentaba mover los párpados rápidamente para que las lágrimas se secaran antes de salir. Ahora cada vez creo que me cuesta más aguantar las ganas, dejo fluir las lágrimas sin más, pero muchas veces la pena puede ser tan grande que ni las lágrimas te salen de los ojos y eso, eso ya es más complicado.

Disimulamos con la familia, en el trabajo, con las amistades,…siempre con una sonrisa en la cara, es lo que se espera de ti, que seas la simpática de siempre.

Si trabajas con personas ¡más aún! no tienen la culpa de que tu cuerpo este físicamente allí pero tu mente esté en otro lugar. Si no haces los chistes habituales, si no te ven una risa en la cara como siempre acostumbras, no eres con ellos cariñosa, te preguntan, te miran raro y tú no quieres que eso ocurra, por eso al entrar te pones una risa de mentira como quien se pone un gorro de lana o una bufanda y continúas con ella hasta que llegas a tu coche.

Ahora estás del otro lado, el lado que siempre criticaste cuando vas a un banco, a una tienda, a la oficina de correos.. y te atienden con cara inexpresiva, con monosílabos. Cuando vas al INEM y ni levantan la cara del folio mientras tú les haces varias preguntas para que te resuelvan. Te das cuenta que ahora eres tú esa chica sin alegría, esa chica que tiene un mal día, una mala semana, y no quieres ser ella.

Es complicado estar mentalmente triste y que parezca que no pasa nada, es una lucha constante entre mente y cuerpo. Cuando eso sucede, cuando estás anímicamente mal, tu cuerpo se relaja, tu cara, tus ojos, tu boca vuelven al estado de tristeza profunda, hasta que ves entrar por la puerta a personas que te alegran el día y que tú se los alegras a ellos con tus palabras, con tus gestos…es difícil pero se merecen ver tu sonrisa.

Esto me hizo pensar en todas esas personas que trabajan haciendo reír, al fin y al cabo mi trabajo no consiste en eso, no me pagan por hacer reír a los demás (que yo intente ser agradable es diferente) pensé en todas esos hombres y mujeres que se dedican a HACER REÍR ya sea en hospitales infantiles, en bares, en teatros… y la gente les dice eso de “joer, tú si que te lo pasas bien en tu trabajo, siempre de risas”. Me parece un trabajo dificilísimo tener que hacer reír día a día cuando muchas veces estarán llorando por dentro, eso si es complicado.

Mientras tanto, el resto de mortales que trabajamos ante el público…decidimos si ponernos o no la máscara de la risa, pues estar mal, a veces, es necesario y no nos hace menos personas.

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Querer creer

Queda lo último ya, para que todo vuelva a la normalidad: Los Reyes Magos. Nunca tan largas se me hicieron las navidades como este año, desde principio de diciembre ya brindando y venga pinchos con unos y con otros, aún encima, como bien apreció mi amiga ayer, al coincidir las fiestas en medio de la semana, llegaba el viernes y sábado y volvíamos a empezar.

Solo queda la noche de Reyes, es una noche que se vive mucho en mi casa desde que yo recuerdo, es lo que más me gusta de estas fiestas.

El pensar qué pedir, y escribir esas cartas con renglones ya marcados que después se llevaba mi padre pues trabajaba cerca de correos y me la echaba en el buzón que tenía un león, eso era mucho más fiable que dejarla en un buzón real de cartón…Cuando nació mi hermano también tenía que pedir por él, siempre siendo consciente que hay muchos niños en el mundo y no podían traernos a nosotros tanto.

Lo que más me gustaba era colocar las zapatillas de cada uno de la familia debajo del árbol, dejar galletas y polvorones, y agua para los camellos, todo un protocolo que se hacía con ilusión y nerviosismo. Esa noche se daban muchas vueltas en la cama hasta que los primeros rayos de luz entraban por la persiana, ese era el momento en el que se podía levantar una corriendo, entrar en la habitación de sus padres y tirarse encima de la cama para despertarlos bien, despertar a todos los de la casa. Daba igual la hora que fuera, no nos mandaban volver a la cama, todos nos levantábamos y nos sentábamos para ver qué habían dejado los reyes!!

Aún hoy me parece increíble que en este país tal y como están las cosas sigamos manteniendo ese gran secreto a los niños y lo hacemos entre todos, abuelos, adultos y adolescentes, es una especie de código informal no escrito en el que una vez sabes la verdad, hay que empezar a disimular de por vida.

Por otra parte, ahora ya adulta aún no entiendo como los niños no sospechan nada ya con 3 o 4 años viendo a todos los mayores con los carros cargados de juguetes y en las tiendas toda la gente envolviendo regalos…Es algo que me parece alucinante.

No me acuerdo cómo descubrí todo el “paripé”, si me lo dijo algún niño cruel en el colegio, si vi yo algo en casa…pero recuerdo el querer creer, tenía que ser verdad! y también me acuerdo estar en la edad de medio creer y medio que no, y ver al señor del telediario tan serio informando de la llegada de los reyes, y esos señores grandes, de barba de verdad con los camellos, eso no podía ser mentira!!

Luego, cuando llega la fase en la que ya sabes que en tu casa no entran tres señores con largas barba por la noche, no son ellos quienes se comen las galletas, ni tampoco quienes dejan algo en tu zapatilla ni bajo del árbol, empieza también lo divertido, el comenzar a regalar tú y hacer el paripé de esconder los regalos, ponerlo sin que se entere, estar atenta para ver qué quiere cada uno, eso me gusta; me hace igual de ilusión que escribir la carta, ver la cara de sorpresa cuando desenvuelven los regalos que elegiste con mucho mimo y tomar todos en pijama roscón y chocolate.

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Cartas de María. Fotografía Barriguitas despeinada.

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Rarezas II

Cuando tengo que hacer algo fuera de mi dinámica laboral diaria, dar alguna charla, hacer una actividad multitudinaria, una actividad en la calle…siempre que me lo ofrecen digo SI, al momento, por una parte el dinero no me sobra y por la otra me gusta trabajar con gente. Hasta aquí todo bien, pero hay algo dentro de mi cuerpo que se ve que no está del todo de acuerdo y comienza a darme pequeñas señales en forma de dolor de barriga desde el mismo momento en el que cuelgo el teléfono y me comprometo a esa tarea.

Me paso la semana diciendo: “no quiero ir”. Desde hace años esa frase está presente en mi boca. Mi madre para animarme siempre me decía, y aún me dice: “venga mujer, si al final siempre lo pasas bien”, la verdad que en la mayoría de los casos siempre disfruto con lo que hago, a veces más, otras menos, pero hasta ahora nunca hubo un día en el que me pasara algo tan nefasto para pensar y decir eso de que no quiero ir.

Los días que preceden al “día D”, mi cuerpo reacciona solo, los síntomas aparecen sin a penas pensar, o eso es lo que creo, mi cabeza desconecta pero mi barriga va sola. Muchas veces incluso me estoy encontrando mal y tengo qué recordar el motivo de mi nerviosismo. No se a qué es debido, si me veo poco apta para realizar esa tarea, si pienso que lo voy a hacer mal y me va a pasar algo que no voy a saber resolver. No lo se, pero lo cierto es que siempre me duele la barriga cuando tengo que hacer algo diferente a lo acostumbrado.

Lo más curioso es que no solo me pasa cuando soy YO la que tengo que hacerlo, también cuando lo tiene que hacer alguien, que me importe lo suficiente para producirme esa extraña reacción.

Una actuación teatral de un amigo, un concierto, un espectáculo nuevo de mi pareja, una conferencia de alguna amiga,..Cualquier cosa en donde alguien se exponga y de alguna manera me transmita su ansiedad. Muchas veces prefiero no ir, para no pasarlo mal, sufro.

Cuando analizo este comportamiento me recuerda un poco a la película E.T, donde el niño y esa maceta con el crisantemo amarillo, se marchitaba cuando el pobre E.T estaba malo. Es como si al igual que en la película estuviera ligada a esas personas en esos momentos puntuales en los que van a exponerse. Lo paso realmente mal, no es un nerviosismo sin más, llegué a vomitar cuando mi mejor amigo dio su primer mitin político en público, cuando mi hermano tocó por primera vez la batería delante de gente y hasta llegué a temblar y a castañearme los dientes de nervios cuando una de mis amigas expuso su trabajo en todo un salón de actos lleno de su facultad.

Se me va la vida en esos pequeños actos sin yo poder remediarlo. Supongo que viene conmigo desde muy pequeña, cuando tampoco quería ir al cole y llegaba el domingo por la noche, esa angustia de final de fin de semana en el que veía a mi padre preparando la bolsa del trabajo, volvíamos de casa de mis abuelos y en la radio estaban de fondo todos los resultados de los partidos. Es una morriña, un malestar que me acompaña y con el que he aprendido a convivir, tanto que hasta le puse nombre: waku waku, el programa que por aquellas, me recordaba que ya era domingo y al día siguiente volvía la odiada rutina.

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                                fotografía de la película E.T. el extraterrestre

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El espíritu de la escalera

El martes por la noche, al salir de una actividad, estar esperando para cruzar la calle y buscar el coche, me llamaron JAMONA.

Giré la cara hacia donde venía el sonido y veo a dos hombres sobre unos 70 años apoyados en un coche ahí mirándome y asintiendo con la cabeza. La cara que se me quedó, me imagino, fue como la de acabar de ver dos pequeños seres verdes con antenas en medio de la carretera. Me quedé parada, con los ojos y la boca abierta sin cruzar, inmóvil. Los dos seguían mirando para mi, hasta que uno de ellos le dio un codazo a otro a modo de “eeeeeeh mira que soy gracioso, que no?”.

No dije nada, al contrario de lo que podéis pensar, no me salió nada! Ni un miserable insulto, ni una merecida bordería,..nada! Nada pudo salir de mi boca, porque nada salió de mi cerebro. Me quedé en blanco, de esto que si fuese una película se verían pasar coches rápidos, gente caminando y yo en un fotograma quieta. El semáforo se había puesto verde antes con lo que ya cambiara a rojo de nuevo, tenía que quedarme allí quieta más tiempo, pero decidí cruzar rápido para no pasar más bochorno.

Crucé la calle y ahí desde la otra acera andando hacia el coche fue cuando me salieron todas esas frases que me gustaría haber dicho en ese momento, apretando los dientes y hablando yo sola a paso rápido fue ahí cuando un montón de contestaciones se me fueron ocurriendo. Fingí tener una conversación con esos dos hombres “pero vosotros que os pensáis, pero qué derecho creéis que tenéis a ofenderme,…”  Aún metida en el coche, encendida, seguí hablando sola durante un buen rato, recreando una y otra vez la misma conversación.

JAMONA!! eso qué es…un insulto, un piropo, un qué… Llegué a casa y lo primero que hice fue buscar en google, así tal cual: JAMONA

  • jamona: mujerona, oronda, rolliza, gruesa, ajamonada,…

Al margen de lo peyorativo de la palabra, lo que más me enfadaba, no era que se tomaran esa libertad para decir algo a otra persona de su cuerpo, a lo lejos, gritando,..

Lo que más rabia me daba en ese momento era el haberme quedado quieta, sin reaccionar, sin defenderme. Sin decirles cuatro cosas para que se quedaran igual de pasmados que yo, que no se pensaran que me dejaron fuera de combate.

Una vez leí que a eso se le llamaba “el espíritu de la escalera”, la explicación del nombre es que se te ocurre qué decir cuando estás ya bajando las escaleras y esa persona queda atrás, cada vez estás más lejos. En ese momento una a una se te van ocurriendo todas las ingeniosas contestaciones que podías haber dado, pero que ya no podrás volver a dar.

Esa sensación es de lo más amargo. Muchas veces me imagino conversaciones que nunca tuve con personas en donde intento aclarar o expresarme bien algo que no hice, me hace sentir más tranquila conmigo misma, aún siendo mentira.

En este caso, no se me ocurría como podía cómo replicarles, pues ante semejante acto invasivo no habría respuesta posible que no fuera subir esas escaleras de dos en dos y liarme a jamonazos a lo Javier Bardem en Jamón Jamón. TOMA JAMONA!

Dibujo                         fotografía Felipe Díaz (Caxoto)

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Que ya tenemos una edad (I parte)

Según pasan los años nos volvemos para algunas cosas más tiquismiquis eso se empieza a notar por ejemplo ya en el día a día cuando vamos al supermercado y queremos elegir lo mejor. Queremos alimentarnos bien, cuidarnos, y si antes nos valía todo lo más barato sin pararnos en nada más ahora buscamos a parte de lo económico, también la mejor calidad. La mejor pieza de fruta: ni muy verde, ni muy mazada, ni muy grande ni tampoco enana, la manzana perfecta. El mejor jabón o gel: que no tenga parabenos, que no tenga alcohol, que sea lo más natural posible.

En la pescadería miramos detenidamente el pescado y empezamos a hacer un sinfín de preguntas, como si supieras un montón de pescado.

Por no hablar cuando nos ponemos de puntillas para alcanzar la mejor bandeja de champiñones, esa del fondo del mas fondo.

Si hay una situación en donde mejor se observa ese cambio: es a la hora de hacer una escapada. Cuando antes una mochila media vacía te llegaba para pasar unos días fuera, ahora las pequeñas bolsas de tela llenan el maletero. Las colchas para tirarse en el suelo, son sustituidas por las sillas y mesas de playa, y si las sillas son de respaldo, mejor qué mejor!. Tuppers de todos los tamaños llenos de comida y el café no podía faltar en su termo con un mini tupper  con el azúcar.

A la hora de dormir, las esterillas de antaño verdes y lilas quedan en el armario y dan lugar a colchonetas e incluso colchones fáciles de inflar, y la sudadera que antes se convertía en almohada haciéndole un churro con las mangas, pasa a ser sustituida por un cojín del sofá, o ya si una es muy pro, por una almohada escogida para estas ocasiones.

También se nota a la hora de hacer las cosas que toda la vida hiciste, las empiezas a hacer “con máis xeito”, como el tender la ropa, si antes lo hacías de cualquier manera sin importar la prenda y sin poner ni pinzas…ahora te sorprendes haciéndolo de una manera estudiada (esto puede ser también para ya no tener que planchar, algo que en mi caso, no ha cambiado con los años).

En el ocio por supuesto tienen lugar los mismos cambios. En un bar estar un rato de pie charlando cerveza en mano está bien, pero enseguida empezamos a mover la cabezas buscando entre la gente algunos que estén pagando ya y que dejen libre una mesa. El resto del equipo se encarga de ir recopilando asientos para que todas y todos tengamos nuestra silla (con respaldo) y en donde se pueda hablar tranquilamente a la vez que disfrutamos de la comida.

Lo mismo sucede en los conciertos…si con 15 íbamos a ver a nuestros ídolos 6 horas antes de que abrieran las puertas del recinto, a los 20 nos peleábamos para poder alcanzar un sitio lo más cerca posible del escenario, ahora con los 30 llegamos justas y buscamos unos buenos asientos lo más de frente posible para poder cantar como locas (eso no cambia) pero bien descansadas.

Son algunos de los pequeños cambios que vamos experimentando con esto de ir madurando, desde luego el cuerpo así nos lo va pidiendo.

De jóvenes vemos esos cambios como algo lejano que no queremos que nos ocurra, ahora nos sorprendemos agarrando la silla y diciendo eso de “si, si que ya tenemos una edad”.

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                      fotografía Barriguitas Despeinada